por Marina Muñoz

 

¡Hola a todos!

Hace mucho tiempo que no me paso por aquí para escribir, y qué mejor manera de volver que recordando mi infancia y, de paso, ayudando a los demás.

Como sabéis, para las personas con parálisis cerebral es fundamental mantener una buena postura. Hace muchos años, una fisioterapeuta que tuve se inventó un cuento en el que yo participé también, para concienciarme sobre la importancia del control postural. Hoy os traigo al blog “Contigo Somos Capaces” este cuento. Espero que os ayude como me ayudó a mí.


La escoba mágica

Estrella está muy emocionada porque es su primer día de instituto: ha dejado Primaria atrás y va a conocer a gente nueva. Tanta es su emoción que el fin de semana ha salido a comprar ropa nueva con su hermana, su madre y sus tías. Su madre la ayuda a asearse y a vestirse. La deja en la parada del autobús, a la espera de la ruta que la llevaría a clase, y se despide de ella con un beso y un gran abrazo. Diana espera de pie, hasta que su hija sube a la ruta con su silla, motórica, ni a ella ni a su familia les gusta llamarla “silla eléctrica” por sonarles demasiado mal. Todos se niegan a llamar así a la silla de la más pequeña de la casa, (ya no es tan pequeña) que tanto la ayuda siempre en todo. A madre e hija les hubiera gustado mucho poder compartir este momento tan bonito y emocionante con su marido y su papá respectivamente: Rubén. Éste no ha podido estar con “sus princesas” por tener que acudir a una reunión importante de trabajo, ese día muy temprano, es el jefe de su empresa.

Cuando llega a clase, Estrella se muestra sorprendida a la vez que ilusionada. Todo parece muy grande y espacioso, Estrella no para de pensar «¡Qué bien, ya soy mayor, ya estoy en el instituto!».

En la clase de Lengua, la profesora, que se llama María, manda a sus nuevos alumnos identificar el sujeto y el predicado de unas oraciones, en su primera lección de gramática del instituto. Estrella escucha la clase atentamente y se emociona. Cuando la profesora le pregunta por qué reacciona de ese modo, ella responde:

—Para las personas con discapacidad a veces es muy difícil poder estudiar. Tenemos necesidades especiales, de las que luego le tendré que poner al corriente, para poder seguir el curso de una manera adecuada.

—Después me cuentas en una tutoría todo lo que necesitas, pero, por favor, no me trates de usted, que no soy tan mayor —responde María con una sonrisa.

Cuando acaba la clase de Lengua, entra en el aula un hombre de unos 30 años llamado Pablo, el profe de Matemáticas. A Estrella le agrada el aspecto del profesor y también cómo es por dentro. Le da confianza para poder aprobar la asignatura, puesto que las mates no se le dan nada bien, Estrella no es de números.

Después de la clase de Mates, Estrella, que está sentada en la primera fila, nota que alguien le toca el hombro. Se gira sobresaltada, puesto que hasta ahora ningún compañero o compañera se había acercado a ella.

—Hola, ¿qué tal?

Lo que Estrella ve a su espalda la deja completamente impactada: una escoba blanca, con el cepillo negro, como de plástico, con ojos y boca pintados en el palo.

—Sí, ya sé que mi visita es un poco rara. Las escobas mágicas no solemos visitar a todo el mundo.

—Bueno… Pero dime qué quieres —pide la chica—, porque estoy un poco asustada.

—Lo que quiero es que en el instituto tus profesores y compañeros te vean bien sentada, recta y con una buena postura. Así, tu espalda no sufrirá ningún daño.

Estrella se sorprende todavía más. La escoba, además, habla con un tono muy alegre y divertido.

—¿Y tú cómo conseguirás que tenga una buena postura? Sigue contándome, porque no lo entiendo.

—Aunque creas que no, los niños y las niñas con parálisis cerebral sois importantes para las hadas y siempre cuidan de vosotros y vosotras. Yo vengo del Reino de las Hadas. Me han mandado a verte justo en tu primer día de instituto para que esta nueva etapa sea la más feliz y productiva para ti, y puedas conseguir todos tus logros y tus sueños. Quiero que aceptes que me quede a vivir contigo y te ayude.

—¡Pero es que sigo sin entender cómo puedes ayudarme! —exclama Estrella.

—Pues entonces deja de hablar atropelladamente y déjame explicarte.

—Bueno, vale, pero… Primero dime cómo te llamas.

«Esto no puede ser real, yo estoy alucinando. Pero bueno, le dejaré seguir contando su historia y a ver en qué me puede ayudar», piensa Estrella.

—¿Pero me vas a dejar contártelo o no? —pregunta la escoba.

—Sí, sí, vale, pero, ¿por qué no me quieres decir cómo te llamas? Yo me llamo Estrella, tengo 13 años y vivo aquí en Madrid con mis padres y mi hermano pequeño, y este es mi primer día de instituto. Ya te he contado mi vida, ahora tú por lo menos dime cómo te llamas.

—No lo sé —responde la escoba—. Eso tienes que decidirlo tú. Soy tu escoba mágica, me llamaré como tú quieras. Y ahora soy negra y blanca para que tú puedas decirme de qué color y con qué adornos quieres que lleve pintado mi cuerpo y mi cepillo. No sé nada de mi identidad hasta que tú me lo digas.

Estrella suelta una carcajada muy grande.

—Ah, vale, esto ya me va gustando más. ¿Quieres decir que soy como Harry Potter, maga y con una escoba?

—Sí, pero no para volar, como él, porque tú no eres maga aunque te lo parezca —aclara la escoba—, sino para mantener una buena postura, tanto en la silla como fuera de ella.

—¿Y cómo vas a conseguirlo? —insiste Estrella.

—Bueno, lo que voy a hacer, si me dejas, es meterme en tu columna y que tú, con la imaginación, sepas que estoy ahí y que no me puedo romper porque entonces me moriré.

—Pero entonces no me podré agachar nada ni hacer nada porque tendré que estar totalmente recta, ¿no?

—Sí que puedes agacharte y hacer las cosas que necesites, pero que no sea demasiado. Si te agachas demasiado, mi cuerpo se acabará rompiendo —explica la escoba.

—Me gusta la idea, pero esto me ha pillado muy de sorpresa y no entiendo muy bien… ¿Entonces eres elástica?

—Sí, soy elástica hasta cierto punto, por eso no me romperé si tienes cuidado de que tu columna no sufra. Si te agachas demasiado, sí que me romperé, pero sino no y estaré muy feliz de poder acompañarte en tu vida y hacer que tengas la mejor postura posible.

—Ah, vale. Pues entonces, ¿cómo tenemos que proceder ahora para que, digamos, trabajes para mí y me ayudes? —pregunta Estrella muy seria, como si fuera una jefa en una oficina.

—Solo tengo que saltar y meterme en tu columna. Pero me tienes que decir eso que te he preguntado: cómo quieres que me llame y cómo quieres que sea.

Estrella se queda pensativa un momento.

—Vale, mi color favorito es el rosa y lo que más me gusta son las flores y salir al campo a cogerlas. Entonces serás rosa fucsia…

—Pero eso no puede ser —interrumpe la escoba.

—¿Y por qué no? ¿No decías que tenía que elegir tu nombre y los colores que a mí me gustasen?

—Sí… Perdóname, no te enfades, pero no puedo ser solamente de un color: mi cuerpo tiene que ser de un color, y mi cepillo, de otro. Eso es lo que me han indicado desde el Reino de las Hadas. ¡Reclamaciones a ellas, ellas son mis jefas!

—Ah, vale, perdón. Pues entonces el cepillo blanco y el mango de color rosa fucsia o rosa claro. Como tú quieras, pero tiene que ser rosa, del tono con el que más te identifiques, te dejo elegir. Pero rosa tiene que ser porque me encanta el rosa —sentencia Estrella.

—Vale, jefa, no te pongas tan seria que me vas a dar hasta miedo.

—Y, por cierto, tienes que ir terminando tu explicación porque dentro de nada tenemos clase de inglés.

—Vale, vale. Ya tengo el palo rosa y el cepillo blanco. Solamente necesito que me digas cómo quieres que me llame y qué adorno o adornos quieres que tenga en el palo o en el cepillo. Si quieres que sea solamente de colores lisos, sin adornos, también tienes que decírmelo. Mi aspecto depende de ti.

—Vale, pues quiero que tengas flores, porque las flores son mi motivo favorito: me encanta ir al campo los fines de semana y coger flores con mi familia, así que flores tienes que tener.

—De acuerdo. ¿Y qué flor te gusta más? —pregunta la escoba.

—Las margaritas son mis flores favoritas, tendrás margaritas blancas.

A continuación, aparecen, tal y como Estrella indica, unas preciosas margaritas blancas que dan a la escoba un toque completamente distinto, primaveral.

—Vale, compañera, pues ya está. ¿Te gusta mi aspecto? —Estrella sonríe satisfecha y asiente—. Me meto ya en tu espalda y te dejo conocer al nuevo profesor o profesora de inglés. Y ahora que te voy a ayudar a mantener tu postura, mira a ver si quieres acercarte a algún compañero o compañera y empezar a presentarte.

—Ah, vale, pues lo intentaré —dijo Estrella muy contenta—. Gracias, querida escoba.

—Bueno, pero dime cómo quieres que me llame, porque no me lo has dicho.

Estrella piensa durante unos segundos y responde:

—¡Ah! Serás Mi brujita.

—De acuerdo. Gracias por darme el trabajo y por otorgarme una identidad. Seré tu compañera para siempre. Me puedes llevar donde quieras, porque estaré en tu imaginación y seré invisible. Si alguna vez quieres que salga para decirme algo importante, saldré y me podrás ver —explica Mi brujita—. Así que gracias por todo, espero ayudarte lo mejor posible. También quiero pedirte que, de alguna manera, en sueños o como tú quieras, les digas a las hadas que estoy haciendo un buen trabajo.

—Vale, gracias, querida brujita —responde Estrella.

La escoba, en ese momento, salta, se hace invisible y se mete en la espalda de Estrella, en su columna. Desde allí observa al profesor de Inglés, que en este caso es bastante mayor, como de unos 60 años, y se llama Juan.

Estrella, por su parte, no presta la atención debida a la clase de inglés, pues está muy emocionada por poder contarles a sus padres todo lo que le había pasado esa primera mañana de instituto. Es cierto que María, la profe de Lengua, le ha parecido muy risueña y con un carácter muy similar al suyo, y Pablo, el profe de Matemáticas, le ha caído muy bien. Está feliz de haberlos encontrado y saber que el curso irá bien con ellos dos, son los que mejor feeling le han dado. Sin embargo, lo que Estrella les cuente a sus padres no tendrá nada que ver con ningún nuevo amigo, ningún profesor ni nada relacionado con el instituto, pues ahora mismo lo único en lo que puede pensar es en esa nueva amiga invisible que le ayudará a tener una buena postura.

Estrella intenta estar lo más recta que puede para no molestar a la compañera que tiene siempre trabajando para ella en su columna. Cuando termina las clases, la chica solo quiere ir a casa para poder dar un gran abrazo a sus padres, contarles a sus padres lo que le ha pasado en el instituto y presentarles a su nueva amiga. ¿Podrán ellos verla o solamente Estrella? En ese momento no lo sabe. Solo sabe que está muy feliz por los dos profes que ha conocido y por su nueva amiga. A veces, Estrella no era consciente del daño que podía hacerle a su espalda si estaba mal colocada. Está muy contenta, pues piensa que el primer día de instituto ha sido un día de suerte para ella.

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