por Aitana Areste
El final del verano llegó, y con él, el recuerdo de los amigos que volveremos a ver el próximo, los baños de agua salada, las largas noches de conversaciones profundas, o no tanto, y los buenos y no tan buenos momentos que atesoraremos en nuestra memoria. Para el artículo de este mes, he decidido hacer un repaso de esos momentos que han marcado mis días de arena y sal. Para mí, este ha sido un verano con doble cara, puesto que por desgracia, algunos de los momentos han sido capacitistas y me veo en la necesidad de reflejarlos aquí para reflexionar junto a vosotros, mis muy queridos lectores del blog de ASPACE Madrid.
Para empezar, os recuerdo que el capacitismo es una forma de discriminación o prejuicio social contra las personas con discapacidad. También puede conocerse como discriminación de la discapacidad, capacitocentrismo u opresión de la discapacidad. Se trata de la visión de las personas de una sociedad capacitista en la que las personas «capacitadas» son la norma en la sociedad y las personas con discapacidad deben adaptarse a la norma o excluirse del sistema social capacitista. Los capacitistas sostienen que la discapacidad es un «error» y no una consecuencia más de la diversidad humana como la raza, la etnia, la orientación sexual o el género.
Hecha esta introducción teórica, os pongo en contexto. Mi familia dispone de una segunda residencia vacacional en Chipiona, Cádiz. La natación es una de mis pasiones, disfruto muchísimo sumergiéndome en el mar y además el ejercicio me beneficia para trabajar toda la musculatura. No obstante, para llevarlo a cabo, he de inscribirme desde el primer día que llegue al servicio que es dispuesto por protección civil, que ofrece barcas para el disfrute de los usuarios con discapacidad. Este servicio se encuentra en multitud de playas españolas. Antes de que el COVID-19 azotara nuestras vidas, los voluntarios de protección civil se bañaban junto a todos los demandantes y nos facilitaban las transferencias a dichas barcas, así como el desplazamiento previo y posterior a el interior del agua. Como os habéis podido imaginar, esto dejo de ocurrir en la pandemia, lo cual era más que comprensible ante el riesgo de contagio. Lo que no comparto es que esto siga aconteciendo hoy en día, porque gracias a ello muchas personas con las que convivo en el sitio reservado para personas con discapacidad llevan años sin bañarse en estos anfibios y quiero darles voz. En mi caso, lo sigo pudiendo realizar por mis padres, que aun estando en muy malas condiciones físicas pueden bañarme, pero el riesgo de que ocurra un accidente es muy alto. Véase, por ejemplo, que al intentar subirme a la barca después del baño, para ir hacia mi silla, me caí junto a mi padre en la arena de la playa y varias personas nos ayudaron a recomponernos y subirnos a la barca. Todo esto no hubiera pasado si los voluntarios me hubieran acompañado, lo que, por otro lado, me hubiera dado independencia pues me hubiera bañado sola sin mis familiares y solo habría necesitado su ayuda en momentos puntuales.
No obstante, he de poner en valor que Chipiona está muy bien adaptada y me permite una movilidad segura por su multitud de avenidas y calles en los que me encuentro muchos comercios, cines o otros emplazamientos a los que puedo acceder sin encontrarme un bordillo o escalón altísimo.
De hecho, todos los años, lo califico personalmente como mi oportunidad de experimentar el ocio nocturno semejante a una chica de mi edad. Puedo entrar a la discoteca y disfrutar bailando hasta altas horas de la madrugada, por su amplitud y baño adaptado. Por el contrario, esto en mi caso, no es tan sencillo en las discotecas de la capital. Sin embargo, unas horas antes de dirigirnos mis amigos y yo a ser los reyes de la pista, decidimos cenar en un bar. Después de que nos trajeran las bebidas y estar ubicados en una mesa de la terraza, con suficiente espacio para las otras mesas (por lo que nuestras dos sillas, la mía y de otra amiga, para ser más específicos, no eran mucha molestia), viene el camarero a decirnos que unas 4 señoras que había en la mesa de al lado se habían quejado de que ocupábamos mucho espacio y pidieron que nos movieran la mesa más adelante porque las estábamos molestando. El camarero, después de trasmitirnos la demanda de las señoras, nos dijo que él era consciente de que había suficientemente espacio y que no entendía su queja. Al ser el chico tan amable, accedimos a movernos, pero todos nos quedamos muy extrañados por la situación.
Otra situación capacitista ocurrió en un restaurante de Madrid. Había quedado con una compañera de ASPACE, Cris, para ponerlos al día de nuestros veranos y vernos fuera de la entidad. Al llegar yo al sitio escogido y acceder a nuestra mesa en la que ya se encontraba Cris, me dice que la empleada de la entrada la había invitado a quedarse en la baja. Esto la extrañó, pues solo hay una tienda y los servicios de restauración se encuentran en las plantas superiores. Analizándolo de manera posterior, nuestra impresión fue que le incomodaba nuestra presencia y nos invitaba a marcharnos. Como punto positivo, a pesar de esta situación con la encargada de la planta baja, en el restaurante nos trataron muy amablemente y este además contaba con medidas de accesibilidad.
En una celebración familiar de un cumpleaños, también en un restaurante madrileño, al comentar la persona que hizo la reserva que iba una silla de ruedas, nos descartaron abiertamente: “Me viene mal, si podéis venir vosotros y no venir esa persona en silla de ruedas mejor porque es un lio”. Obviamente optamos por otra opción.
Finalmente, no todo fue negativo y el verano también tuvo sus aspectos positivos como el poder recorrer Brihuega y sus campos de lavanda libremente con mi silla eléctrica, cosa que me sorprendió porque no esperaba que estuviera tan bien al ser un campo. Ante la fama de este lugar, han liberado un camino para que se pudieran recorrer mejor con silla. Por otro lado, el restaurante donde nos quedamos a comer contaba con un menú en lectura fácil, hecho que me alegro sobremanera. Otra experiencia positiva ocurrió cuando cogí una casa rural unos días junto a un grupo de amigos y a pesar de estar acostumbrados, porque llevamos haciéndolo varios años, me sorprendió mucho lo accesible que estaba la casa.
Por último, me gustaría ensalzar la labor que hacen muchas fundaciones para que todos podamos disfrutar de unos días de vacaciones. Espero que nadie se haya sentido inferior al leer este articulo porque nunca debéis compararos con nadie, solo se trata de mi caso personal.
¡Hasta el próximo articulo y hagamos que la vuelta a la universidad, cole, trabajo o donde estéis sea inclusiva!