por Aitana Areste

 

Hola a todos queridos lectores, soy Aitana y estoy de vuelta en el blog para compartir una reflexión que surgió a raíz de mis pasadas vacaciones veraniegas.  

Como sabéis, me gusta observar y aprender de las situaciones que me rodean, y lo que ocurrió en esta ocasión no ha sido la excepción. Durante mi estancia en un punto de playa adaptado para personas con movilidad reducida, me encontré con una realidad que me dejó reflexionando profundamente: estuve observando la interacción entre personas jóvenes con discapacidad y personas mayores de 65 años con discapacidad y percibí que, en algunos casos, no era tan positiva como considero que ha de ser. Entre unos y otros se trataban incluso con cierta condescendía y cuando necesitaban ayuda no cooperaban. Esto me llevó a reflexionar sobre un aspecto que considero que no se ha tratado en profundidad y que nos puede beneficiar a todos y todas dentro del ámbito de la discapacidad: la necesidad de fomentar relaciones intergeneracionales entre personas con parálisis cerebral y personas mayores.

Las relaciones intergeneracionales se establecen cuando personas de grupos de edades diferentes comparten conversaciones, vivencias y actividades de todo tipo de forma continuada en el tiempo. No obstante, cuando me refiero a la importancia de que diferentes generaciones se relacionen y colaboren, estoy tratando algo mucho más profundo que la simple convivencia. Se trata de construir un ambiente distendido, amable, donde tanto jóvenes como mayores puedan aprender y apoyarse mutuamente, reconociendo el valor que cada uno aporta.

Desde el lado de las personas mayores, su experiencia y sabiduría son recursos invaluables y soy consiente en primera persona de esto último, por mis pasadas prácticas en un centro municipal. Muchas de las personas con las que estuve meses compartiendo conversaciones, actividades y talleres se han enfrentado, a lo largo de su vida, a una variedad de desafíos relacionados con su discapacidad en los últimos años. Esto les ha permitido desarrollar una empatía que los vincula con nosotros, las personas con parálisis cerebral.  

Esta empatía se ha de convenir en conjunto de estrategias y conocimientos prácticos que pueden ser de gran ayuda para las generaciones más jóvenes y se han de compartir. Por ejemplo, cómo adaptarse a un entorno que a veces no es accesible (aunque todos deberían serlo), cómo mantener una actitud positiva frente a la adversidad y animar a conocer nuestros derechos y luchar por su cumplimiento.  

Estas son lecciones que solo se adquieren con el tiempo y con diferentes acontecimientos vitales. Pero, cuando se comparten, nos ofrece a los jóvenes un baño de realidad inesperado y, gracias a nuestra experiencia, sabemos hacia donde quiere llegar y cómo avanzar juntos hacia un futuro mejor.  

Por otro lado, los jóvenes también tenemos mucho que ofrecer. No es cuestión de esperar que llevemos sobre nuestros hombros la responsabilidad de cambiar el mundo, porque eso sería soportar demasiado y aumenta los estereotipos hacia lo que se espera de la juventud, sin tener en cuenta las necesidades de cada uno. Se trata de reconocer que nuestros conocimientos en otros aspectos pueden traer nuevas ideas y enfoques a los mayores que no se habían planteado hasta el momento. Por ejemplo, gracias a mis habilidades con las redes sociales, enseñé a varias personas mayores, individualmente, el uso que pueden dar a un perfil de Instagram, y se familiarizaron con la red social. Al final de mi estancia, muchos se acercaron a mí para darme las gracias porque habían encontrado nuevos temas de conversación con sus familiares, tanto con sus respectivos hijos como con sus nietos. Esta interacción permite crear un sentimiento de permanencia e inclusión que también podemos buscar nosotros porque queremos sentirnos valorados e iguales dentro de una sociedad que no suele tener en cuenta ni a las personas mayores ni a las personas con parálisis cerebral. Este aprendizaje mutuo no solo se refiere a la transferencia de conocimientos prácticos o a la ayuda en tareas de la vida diaria, también implica compartir valores y entender mejor las luchas y triunfos de cada generación.  

En definitiva, es esencial que dentro de nuestra comunidad de personas con parálisis cerebral fomentemos estas relaciones intergeneracionales, mediante encuentros con nuestras familias, otros mayores o compartiendo recursos sociales. No solo se trata de respetar a las personas mayores por su experiencia, ni de admirar a los jóvenes por su entusiasmo, sino de crear un espacio donde ambos grupos puedan crecer juntos, aprender unos de otros y, lo más importante, apoyarse en el camino, porque muchas de las políticas sociales han de tener en cuenta a las personas mayores y al mismo tiempo a las personas con parálisis cerebral, ya que ambos grupos de población enfrentamos desafíos similares en términos de accesibilidad, apoyo social y derechos, lo que requiere un enfoque inclusivo y en equipo, porque cuando trabajamos unidos, aprovechando las fortalezas de cada generación, construimos una comunidad más inclusiva y resiliente.  

Espero que este artículo os haya hecho reflexionar. ¡Hasta la próxima!

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